Este sábado viví uno de esos días que voy a recordar durante mucho tiempo. Dos amigos, una comida en un buen restaurante de Burgos, unas cervezas y un partido del Real Valladolid fuera de casa. Como comenté en X, el derbi era el primer duelo que vivía como aficionado blanquivioleta en directo después de muchos años y lo disfruté como pocos. Lo hice gracias a esas amistades y por estar junto a mi equipo, aquél que siempre será mi equipo pese a todo y pese a todos. Viviendo el encuentro y sufriendo al ver que el Pucela es un equipo sin ideas ni argumentos con un marcador en contra me di cuenta que éste es el Real Valladolid, sí, pero no es mi Real Valladolid.
Viví el partido en la cuarta fila junto al banquillo local y estando tan cerca de los jugadores percibí detalles, imágenes y sensaciones que no se pueden captar desde una cabina de prensa, por ejemplo. Con ellas me di cuenta de uno de los grandes motivos por los que no consigo escribir tanto en el blog como lo hacía hace años: vi un Real Valladolid irreconocible, impersonal y alejado de su realidad, de su fundamento y de su origen. La gran sensación con la que me fui del estadio burgalés fue con la de que el equipo visitante era un extraño para mí.
Lo era para mí como para muchos de sus aficionados y no sólo por el escudo que sigue llevando el equipo en el pecho. El reflejo que sentí del Real Valladolid fue el de un equipo satélite, por llamarlo de una forma. Vi un equipo impersonal y sentí que el Pucela era una versión como aquélla que fue el Granada CF con el familia Pozzo. Noté un Club sin alma, pero con arrogancia. En el campo, en el banquillo y en el palco.
Suena a una reflexión populista y, por momentos, lo es, pero actualmente el Real Valladolid es su ‘gente’, que se dice coloquialmente. El equipo blanquivioleta es única y exclusivamente su afición. Pese a ello, la sensación de lejanía es total y el sentimiento de pertenencia no es que se esté perdiendo sino que, literalmente, no existe. El mundo paralelo en el que viven Ronaldo Nazário y sus trabajadores está destrozando la entidad. Lo está haciendo por todos y desde los frentes posibles y, así, la situación va a terminar con una fractura irreparable que en Burgos vi muy cercana.
¿Desinterés?
En otro momento, no muy lejano, mi salida del Estadio de El Plantío hubiera sido compleja. Tras el partido hubiera tenido una digestión dura de la derrota y de la cena pero, en esta ocasión, no fue así. Vi la derrota desde la lógica del proceso de destrucción y inmolación que se está gestando en el Club y esa no es una sensación de dolor sino de decepción y pena. Viendo el partido a escasos metros de la afición blanquivioleta me pregunté dónde está ese Real Valladolid humilde, sincero y realista del que mi padre me hablaba de pequeño. En Burgos no vi nada de ese Club que me hacía vibrar y llorar.
Recuerdo muchas veces cómo sufrí el 31 de mayo de 2009 encerrado en mi habitación en casa de mis padres. Recuerdo cómo viví aquel duelo en el Benito Villamarín y me veo ahora y la diferencia es abismal. Tal fue la agonía que tuve aquella tarde que se me durmieron las manos. Un descenso en aquel momento un duro trauma para mí. Ahora, el desapego que ha conseguido el Real Valladolid en mí y en muchos de sus aficionados genera indiferencia, desgana, desafecto e, incluso, desinterés.
Pese a todo, lo que vi en Burgos sigue siendo el Pucela. No el mío, no del que me enamoré, pero si el Real Valladolid del que todos los años me compro su camiseta y que me hace ver una de ellas en un bar de Burgos y decirle «¡Aúpa Pucela, carajo!» a aquél que la lleva puesta. Pese a todo y a todos ese sentimiento blanquivioleta no desaparece de mí por muy muerto y silencioso que esté ahora y es por él quiero recuperar como nunca este blog. Necesito expresar qué siento por ese Club que veo agonizar en aquéllo por lo que le hizo propio.