Cinco temporadas, cuatro de ellas en LaLiga Santander, 120 partidos oficiales, siendo 85 en la élite, portar un brazalete de capitán… Los ingredientes que dejan la etapa de Joaquín Fernández en el Real Valladolid son propios de un jugador que sale del Club con un estatus elevado y siendo un jugador de un potencial y una realidad ilusionante. Tristemente, éste no es el caso del jugador almeriense. La realidad del defensa es la de un jugador que, con 27 años, abandona el Estadio José Zorrilla y lo hace con una expectativa y un potencial más débil que cuando llegó a Pucela en 2018.
La sensación sobre el andaluz es la de un jugador que se ha estancado y al que se le han cerrado muchas de las puertas a las que podía aspirar en sus primeras temporadas en el Estadio José Zorrilla. Sus dos primeros años como blanquivioleta, pese a los pocos minutos de los que disfrutaba con Sergio González, imaginaban un central de enorme futuro. Físicamente imperial, sus posibilidades eran las de un jugador dotado para el juego moderno y para dominar todos los aspectos de las transiciones. Ahora, tras su segundo descenso en el Club, su realidad es otra bien distinta. La última temporada le ha dejado muy tocada la imagen y cerradas muchas de sus posibilidades de futuro.
Imaginar en 2018 qué sería de Joaquín en 2023 nada tendría que ver con la realidad actual. Señalado para cumplir grandes cotas y afrontar retos individuales de gran calado en el Real Valladolid, su dinámica ha sido descendente. Tanto es así que, con 27 años, su salida de Zorrilla llega con la sensación de estancamiento y no por razones similares a las de Óscar Plano. El suyo ha sido un problema de rendimiento y de errores tan puntuales como groseros. El problema de Joaquín no ha sido, en ningún momento, el de una etapa terminada y sí el de unas expectativas que nunca cumplió y techos a los que nunca, posiblemente, se acercó.
Cuestión de protagonismo
El principal problema y la máxima carencia que hay que señalar de la etapa de Joaquín Fernández es la del protagonismo. Actualmente, el análisis que se hace sobre él es unánime. Su salida es lógica, natural y necesaria. Hace cuatro años, por ejemplo, la unanimidad existía, pero para demandar más minutos y protagonismo. Así, y dejando a un lado unas lesiones que siempre le han condicionado, el freno que ha marcado al jugador es del no rendir en exigencias altas y en estatus elevados. Ante esos frentes, el almeriense ha estado lejos de su mejor nivel y muy alejado de poder cumplir con las expectativas que él había creado.
Sin llegar a esos mínimos en niveles altos, su periplo en Valladolid finaliza y lo hace con lógica. Su crecimiento ha sido mínimo cuando ha tenido que dar un paso al frente y liderar y, por ello, su etapa se termina con una expectativa mucho menor de aquélla que tenía cuando firmó en el Estadio José Zorrilla. Ésta es menor porque en los cinco años de blanquivioleta, Joaquín Fernández se ha topado con un techo mucho más inferior del que se le podía imaginar y del que él quería aspirar.