El Real Valladolid está en el peor momento de la temporada y José Rojo, Pacheta, en la etapa de mayor debilidad de su estancia en el Estadio José Zorrilla. Mirando todo con perspectiva, la salida del burgalés es una locura, pero no por ello hay que ignorar un análisis concreto sobre por qué el equipo está cómo está. Los pucelanos encadenan cinco derrotas consecutivas y están mal después de estar muy bien. El equipo blanquivioleta vivía, antes de la disputa del Mundial, su mejor momento del año, pero el duelo en el Estadio de San Mamés trastocó al equipo y debilitó a su entrenador.
Con la perspectiva del tiempo, el duelo ante el equipo de Ernesto Valverde ha cambiado el paso del equipo. Los resultados están acompañados de una mala dinámica de juego y, por qué no pensarlo, de una falta de seguridad y convencimiento. El Real Valladolid no cree en lo que hace y es por ello que pierde. El Pucela quedó tocado en San Mamés porque, muy posiblemente, el enfoque de aquel partido no fue el correcto. Centrando el análisis sólo en el juego y en lo que depende del propio equipo pucelano, el planteamiento del duelo no fue el correcto. Chirrió en un inicio, algo que ha confirmado el tiempo.
En poco más de dos meses y con una Copa del Mundo entre medias, el Real Valladolid ha mostrado sus dos puntos más opuestos. Tras conseguir tres victorias en cuatro partidos y conseguir 17 puntos en 13 partidos, la visita a Bilbao nubló la vista del cuerpo técnico. Nunca he creído que Pacheta quiera «contentar» a sus jugadores y sí equilibrar cargas y estados, pero ese duelo puede ser su excepción. Aquel partido, por la tendencia del momento y el parón que se iba a producir en pocas fechas, obligaba a otra lectura, otro enfoque y otra ambición.
El error del duelo en San Mamés es horas antes del propio duelo. Ojalá lo peor de aquel día fueran los tres goles del equipo vasco
La disputa de la decimotercera jornada exigía el máximo, independientemente de que transcurrieran sólo tres días desde el último partido. Aquel día, el de Salas de los Infantes no gestionó. Él equilibra las cargas, las exigencias y las responsabilidades, pero aquel 11 de noviembre fue diferente. Ese día no se gestionó y sí se premió e, incluso, se regaló. Era un día para conseguir un alto porcentaje del resultado final y para exprimir el momento de determinados jugadores. El enfoque no fue ese y, muy posiblemente, fue ese error el que ha debilitado la imagen del entrenador en el vestuario.
«Por un gato que maté…»
Que Pacheta esté tocado hacia el vestuario en las últimas semanas es una sensación personal. Que lo esté no es alarmante, pero sí elocuente de que algo ha ocurrido y que ese algo no ha estado bien gestionado. El planteamiento aquella noche no fue el correcto. El uso de los recursos, los momentos y los estados no fueron el idóneo. El mensaje que se mandó en aquella fecha fue erróneo porque la mentalidad del equipo quedó mermada y tocado. Creyendo que no todo lo que uno hace bien suma para ganar en el fútbol pero que todo lo que se hace mal sí influye en la derrota, aquel partido dejó, más allá de una mala actuación arbitral, piedras sobre la imagen y la figura del cuerpo técnico.
Con ello y por ello, lo vivido en San Mamés se está pagando ahora. Estoy convencido. El equipo perdió una gran oportunidad aquel día. En todos los sentidos. En el duelo y, quizás, horas antes de él se creó un punto de partida que no benefició a la imagen del entrenador ni a la confianza del equipo. Cuando mejor y más seguro estaba el equipo, en juego, sensaciones y liderazgo, todo se rompió. «Por un gato que mate…», dice el refrán y el fútbol es similar. Castiga los errores y aquel duelo fue un error y no sólo por el resultado. Ojalá lo peor de aquel día fueran los tres goles del equipo vasco.