El pasado lunes se conoció oficialmente el cambio del escudo del Real Valladolid que figura entre otros muchos lugares, en las camisetas con las que juegan todos los jugadores de las diversas categorías del club. Aunque no soy seguidor de las redes sociales, sí lo son mis hijos y muchos de mis familiares y amigos por lo que me enteré por el comunicado de la página oficial.
El texto de la página oficial no puede ser más nauseabundo. Es propio de un discurso de los actuales políticos que nos toman por imbéciles cuando quieren justificar alguna de sus torpezas, tropelías o desmanes. Es de una hipocresía mayúscula y propio de figurar en aquellos libros que en su día se editaban como “antología del disparate”.
En una de las estúpidas justificaciones, el texto dice que el Club «renueva su identidad», «mira al pasado para proyectarse en el futuro»… ¡El presente parece que no existe para los directivos pucelanos! Igualmente, en ese lamentable escrito justificatorio, dice que el Real Valladolid «ha hablado con todos” y que se ha analizado «documentación histórica y registros fotográficos” y que, cómo no, una empresa ha estado analizando tal cambio.
Lo que, obviamente, no dice el Club es que en ese «riguroso estudio» no se ha analizado el escudo que representaba al equipo vallisoletano en los últimos cuarenta años, ni cuánto ha costado que la determinada empresa pariera ese nuevo escudo ni, lo que es más importante, que los aficionados dieran su opinión al respecto.
Sencillamente, lo que ha ocurrido con este innecesario e improcedente cambio, que no es una demanda social, concepto que utilizan de costumbre los políticos, es una maniobra más de la clase política que vive a sus anchas en todos los organismos e instituciones de España. El deporte en general y el fútbol en particular son el modus vivendi de muchos de ellos. No tengo que recordar quiénes ocupan cargos de alto nivel dentro de las Federaciones, Consejo Superior de Deportes o ciertos clubes de LaLiga Santander.
Como lo que se ha suprimido ignominiosamente ha sido la Laureada de San Fernando, he de significar que la Laureada, máxima condecoración militar, otorgada en su día a la ciudad, se creó en 1811 por las Cortes de Cádiz en honor a un rey excepcional, nacido en Valparaíso un humilde pueblecito zamorano. Su nombre era Fernando III, más conocido por el Santo.
Y para terminar, con el orgullo de ser vallisoletano de nacimiento, aficionado al club de mi tierra y profundamente dolido por este atropello a nuestro escudo, he de decir que la última concesión de tan preciada condecoración fue otorgada a un bravo y heroico vallisoletano, Francisco Fadrique Castroponce por su valiente acción en el Sahara el 13 de enero de 1958. A este insigne brigada legionario vallisoletano nacido cinco de enero de 1919 no os atrevéis a quitársela.