Siempre he pensado que el fútbol hay que dividirlo entre dos conceptos: objetivos y obligaciones. No son, ni mucho menos, lo mismo pese a que en este deporte se tienda a convertirlos en sinónimos. Obtener una obligación no conlleva una celebración; hacerse con objetivos, sí. José Rojo, Pacheta, ha sabido muy bien dividir entre lo que se puede exigir al equipo en la temporada y lo que no. Sus comparecencias han sido perfectas en este sentido y, por ello, el equipo, el Club y la afición han tenido que celebrar el ascenso. Volver a LaLiga Santander era un objetivo, pero no una obligación, por duro o sorprendente que parezca.
Que un equipo consiga un objetivo no depende sólo de él y, por ello, nunca se debe equiparar los objetivos con las obligaciones. Los obligaciones son propias. Los objetivos, no. La diferencia es abismal. Con todo, el Real Valladolid ha celebrado el ascenso. ¡Y bien que ha hecho! Ahora toca preguntarse por qué lo ha celebrado y sí debe conformarse con ello. En la celebración por el regreso a la élite leí dos afirmaciones en Twitter que me llamaron la atención y me invitaron a pensar cómo enfocar estas líneas que quiero escribir. El éxito de conseguir un ascenso tiene mucho mérito por la plantilla que lo consigue. Sea el equipo que sea, pero no por el Club.
La primera reflexión que leía en Twitter y que me chocó fue aquélla que celebraba la alegría de celebrar «cuatro ascensos». Me chocó. Leyendo más reacciones por la celebración del ascenso llegué a otra, que no recuero quién la firmaba por lo que pido disculpas, que aseguraba que la afición del Real Valladolid está «cansada» de celebrar ascensos. No sé si es verdad. Habrá quien esté cansado y quien no, pero lo cierto es que celebrar cuatro ascensos en 15 años es un error. Lo es por lo que lo provoca. Si celebras un ascenso es porque has descendido y consumar cuatro pérdidas de categoría en menos de dos décadas es un error mayúsculo.
Vivir en el alambre entre bajar o no es un lastre que lleva a muchas entidades a descompensar y debilitar sus proyectos. Hace unas semanas, tras la salvación del RCD Mallorca, Javier Aguirre, entrenador con un descenso, varias salvaciones, destituciones y ‘éxitos’ y ‘fracasos’ en su currículum, destacaba la importancia de la salvación de su equipo. No por su ego o por la felicitación sobre los jugadores, sino por el bien del proyecto bermellón y la necesidad de éste de tener estabilidad. Nadie quiere instalarse en LaLiga SmartBank y el Real Valladolid no puede vivir pendiente de ese ascensor entre Primera y Segunda. El Pucela no puede y Ronaldo Nazário no quiere.
Cuestión de responsabilidad
Así, creo que no todo el Real Valladolid celebró el ascenso. El Club se liberó con él. Ronaldo Nazário no llegó al Estadio José Zorrilla para viajar a campos de plata. Pese a todo el respeto que estos equipos y entidades merecen, el brasileño llegó para hacer del Pucela un club «internacional». En Segunda división no se puede internacionalizar nada. Tristemente es así y, por ello, lo conseguido con la victoria (3-0) ante la Sociedad Deportiva Huesca debe ser el último ascenso. Ya no por la historia acumulada o el bagaje en la categoría del Club. El Real Valladolid debe dejar de celebrar ascensos porque la entidad así lo debería demandar. Y éste no es un mensaje con prepotencia o soberbia. Sí con exigencia.
Ya sea con celebraciones, éxtasis, ilusiones o liberaciones, el Real Valladolid no se puede permitir vivir entre dos categorías. No puede porque el Club y sus dirigentes deben haber aprendido de los errores del pasado. El Pucela ha estado en Segunda porque la entidad optó por el inmovilismo en una temporada en la que la salvación era ‘barata’. Pese a que 36 puntos deben ser lo mínimo para una entidad responsable, el Real Valladolid estuvo lejos de ellos por el miedo a tomar decisiones cuando la situación lo requería. Por ello, el alivio ahora es tan alto como la alegría, pero si los ‘objetivos’ y las ‘obligaciones’ no deben ser confundidos, la ‘alegría’ y el ‘alivio’, tampoco. La diferencia está en la responsabilidad sobre el fracaso que propicio el ‘éxito’.