Sergio González ha demostrado en sus más de 300 comparecencias como entrenador del Real Valladolid que es un preparador que explota al máximo determinados términos. Su etapa en el Estadio José Zorrilla, más del reciente descenso y de las dos salvaciones previas, será recordado siempre por un concepto: «sinergias». Es un término que ha utilizado es demasía, como en otros momentos habló de «reseteo». Cualquier mal resultado, dinámica o partido del equipo conllevaba una petición de reseteo por parte del catalán, siendo ese el movimiento que el propio entrenador no ha sabido realizar.
Sabiendo dar ese golpe de efecto a su llegada, en esta campaña el principal problema del entrenador ha estado en su poca flexibilidad y en ese nulo reseteo o cambio de timón que hubiera liberado al equipo y a ciertos jugadores. El problema en el análisis sobre Sergio está en elogiar en exceso lo que consiguió a su llegada a Valladolid. En aquellas ocho jornadas no hizo nada especial pero sí firmó detalles determinantes.
Sergio ha muerto por los mismos problemas por los que llegó: el ego. Luis César Sampedro no tenía capacidad de adaptación ni de mejora por egocentrismo. Sergio, por el contrario, llegó y sumó lo que el equipo necesitaba. No fue casual. Fue un acierto entre la oferta y la demanda. Aquel equipo necesitaba lo que Sergio ofrecía. Pasados tres años, el catalán ya no era lo que este equipo pedía y él, con la seguridad de saber que no iba a se destituido, no se atrevió a buscar lo que el equipo necesitaba.
Ya fuera por falta de argumentos o escasez de ideas, Sergio no consiguió dotar al equipo de lo que éste pedía y, sin él, perdió liderazgo. ¿Por qué el equipo creyó tanto en él a su llegada? Porque dio lo que éste quería y, sobre todo, porque mostró naturalidad. Desde ella, llegan los cambios justificados y las decisiones lógicas. Todo tiene sentido y credibilidad. Desde esa naturalidad llega el liderazgo y cualquier «reseteo» es comprendido y respetado ya que tiene un fundamento. El de 2018 lo tenía. En 2021 no lo hubo porque no se supo ni vender ni ofrecer.
Dos versiones de entrenador
Perdiendo liderazgo desde la poca aclimatación y adaptación al vestuario y a las necesidades del equipo, Sergio González propuso cambios que más que reseteo se vieron como bandazos. No creía en nada y, obviamente, no hacía creer en nada. Era inviable pensar y confiar en una evolución porque él mismo era el que no sabía ofrecer las herramientas para conseguirlo. Con ello y por ello, el final de temporada fue una agonía.
El catalán no supo salir del bucle en el que convirtió la temporada porque adoleció de aquéllo que le hizo grande. Si al Estadio José Zorrilla llega el Sergio González de la temporada 2020/2021, su periplo hubiera sido tan testimonial como el de Alberto López. Hubiera cumplido con el expediente de intentar frenar la caída libre de Luis César Sampedro pero se hubiera tenido que excusar en las múltiples heridas generadas por el pasado. Como le ocurrió a Alberto con Miguel Ángel Portugal. Aquélla temporada, con el Sergio más reciente hubiera sido desastrosa. La presente, en cambio, con el Sergio del inicio, hubiera sido triunfal.
Adaptándose, evolucionando y reseteando, Sergio González hubiera dado al Club todo lo que éste necesitaba y pedía pero, tristemente, la evolución del entrenador fue hacia contextos propios y de obcecación que no han ayudado al Real Valladolid ni, tampoco, al propio Sergio. Esa versión egocéntrica y encorsetada de los últimos muchos meses que ha estado en el banquillo blanquivioleta son por los que se va a recordar a un preparador que destacó por la naturalidad en su llegada a Zorrilla. Bendita sencillez y reseteo que consiguió pero que nunca consiguió ofrecer esta campaña. ¡Qué pena! Por el Pucela y por él