«Llevas dos años queriéndote cargar a Sergio», me dijeron una vez. Éste es un argumento pobre e irreal, ciertamente. Lo que llevaba era tres años opinando DE lo que no me gustaba del entrenador catalán, que era mucho, la verdad. Siendo una cuestión futbolística y nunca personal, creo que los tiempos de su destitución se han gestionado muy mal. No comprendo que no pasaran 24 horas desde el descenso y el Club ya informada de su salida. Ese «luto» y respeto quizás habría que haberlo mantenido hasta la comparecencia de Ronaldo Nazário este lunes, pero el Club, demostrando que sólo mira por el resultado, prescindió del catalán horas después del cierre de la temporada.
Sergio ya es historia en el Estadio José Zorrilla y lo es por un error que le condenó desde el inicio de la presente temporada. Desde que el club realiza un cambio necesario en los patrones de su plantilla, el catalán se ve incómodo. Pierde parte de su seguridad y los roles desde los que había montado su estructura y una verdad que, a veces, era hasta paralela a la real. Con ello, desde el inicio se vio que el entrenador no estaba preparado para lo que le venía.
Cierto es que tampoco eran grandes cambios los que sufría el equipo pero él los engrandeció en el terreno de juego y en sus declaraciones. Sergio siguió con lo expuesto y trabajado en temporadas atrás y, claro, el fracaso, poco a poco, fue llegando. Pese a que de un año a otro el Club sólo decidió prescindir de Javi Moyano y Antoñito Regal, su ausencia, y sobre todo, la de Kiko Olivas desestabilizó a un Sergio que no se dio cuenta de qué tenía y cómo lo quería trabajar.
Buscando los miSmos argumentos de temporadas pasadas, el Real Valladolid jamás ha rozado lo que podía ser. Nunca se podrá saber a qué podía aspirar este Real Valladolid porque nunca se ha trabajado sobre las necesidades del equipo, ya fueran futbolísticas como psicológicas. Para esta campaña, el Pucela se hizo con jugadores de un ego diferente al de temporadas atrás. No eran jugadores que agradecían llegar a la élite o que vivían un sueño en la LaLiga Santander.
Fabián Orellana, Roberto Jiménez, Lucas Olaza o Roque Mesa son un perfil de jugador que necesita de unos contextos de juego y de ambición que Sergio no le ha sabido dar al equipo. Agradeciendo jugar en LaLiga Santander y contentándose con enfrentarse a equipos como el Real Madrid o el Fútbol Club Barcelona, el vestuario no creyó en él o dejó de hacerlo. Orellana, por ejemplo, no necesita escuchar lo importante y «bonito» que es visitar el Camp Nou. El chileno necesita saber cómo se puede ir a por el partido. Era, simplemente, una evolución a lo realizado en temporadas atrás pero Sergio lo vio como un cambio y se bloqueó.
Perdido y sin ayuda
Sin entender esos contextos a Sergio se le cruzó la temporada. Se sintió desprotegido y señalado. Entendió que desde el Club se le exigía romper con su estilo y propuesta cuando, en realidad, se le invitaba a crecer con el Club y sobre ese contrato hasta 2022 que les unía. Un entrenador profesional debe tener más argumentos de los que el catalán había mostrado hasta el pasado mes de agosto pero él, muy posiblemente, no ha sido capaz de confirmarlos por el empecinamiento en sus ideas y la poca capacidad de adaptación a los nuevos argumentos adquiridos.
Anclado en el pasado y en unos frutos elogiables, Sergio se dejó influir por ese aroma de éxito histórico que tenía en sus declaraciones. Por momentos, el catalán creyó estar firmado los mejores momentos de la historia blanquivioleta cuando, en realidad, ‘sólo’ había devuelto devuelto al Club a los mínimos de su historia.
No era poco, es cierto, pero no lo era todo y analizando mal esa realidad, el catalán sólo miro atrás y nunca al presente ni al futuro. No sabía cómo dominar los registros en los que estaba inmerso y, después, no le convenía hacerlo. Con todo, la temporada se convirtió en un bucle del que no salió porque no supo y, después, porque no le dejaron. Entre tanto, el Club está en Segunda.