La etapa de Sergio González en el Real Valladolid ha llegado a su fin. Es obvio que el entrenador catalán no seguirá en el Estadio José Zorrilla la próxima temporada. Ya no es una cuestión personal. Se trata de una decisión lógica y natural pese a tener un año más de contrato. El autor desde el banquillo del descenso no debe estar la siguiente temporada y no debe estarlo ya no por una cuestión resultadista sino por el proceso que ha llevado a tal fracaso y, también, al enorme deterioro de su imagen.
Las últimas semanas de la temporada están siendo muy duras para el equipo pero, ante todo, para la imagen de Sergio. Su gestión ha sido nefasta. Ninguna de sus decisiones ha tenido un fundamento claro ni lógico y, por ello, su salida es necesaria. Nadie cree ya en las fortalezas del entrenador catalán porque, primero, sus debilidades se han hecho más fuertes y, después, porque su evolución en la temporada ha sido inexistente. Es responsable del descenso pero, ante todo, de la dinámica de las últimas semanas. Ahí está el gran foco sobre el catalán.
En el momento cumbre de la temporada al catalán se le han visto más las costuras que nunca y desde ahí han llegado muchos de los problemas que ahora sí son visibles e innegables para todos pero que, por momentos, se han negado, se han escondido o se han reducido. Ahora, las críticas a Sergio son totales. Me sorprende e, incluso, me atrevería a decir que no las comparto porque, ahora, ya son tan innecesarias como resultadistas.
No comprendo que, ahora, todo sea negativo cuando hace sólo unas semanas había muchos frentes con él. Se ha negado el proceso que ha llevado al resultado y, por lo tanto, se han ignorado los cambios que hubieran evitado el descenso. Ciertos análisis han cambiado y lo han hecho por el resultadismo y por la forma con la que se ha mirado y analizado a Sergio González durante esta temporada.
Mucha comodidad
Con el entrenador catalán ha habido una mirada de agradecimiento y no de exigencia. Así, poco a poco, se ha ido aumentando su ego. Por fases, Sergio se ha llegado a sentir más relevante e importante que los jugadores e, incluso, que el Club. Ahí ha estado el problema y el punto de partida para entender desde dónde se ha generado la caída de este proyecto. Desde ese agradecimiento, Sergio ha estado cómodo y cuando se la ha exigido, como la situación merecía, la incomodidad le ha superado y ha llevado al equipo a su peor versión y a un clima poco productivo.
En la necesidad y exigencia deportiva de evolución y crecimiento, Sergio ha salido ha quedado señalado y el Real Valladolid ha perdido. No se ha mostrado como el entrenador que necesitaba el equipo porque nunca se le ha demandado el máximo. Hasta hace pocas semanas el clima global sobre su figura era de agradecimiento y condescendencia cuando, realmente, debía haber sido de exigencia y petición.
Desde ambos contextos, el equipo hubiera crecido porque al catalán se le habría puesto contra las cuerdas. Bajo estos registros se habría visto que el proceso llevaba al descenso y que el resultado no era el problema, era solamente el fin. La lectura sobre la temporada ha sido errónea porque a Sergio se le analizó con poca honestidad por los objetivos cumplidos y no por las exigencias y necesidades que debía tener en una fase para el crecimiento del equipo.