Siempre lo he dicho y, obviamente, lo seguiré asegurando porque creo en ello de forma real. Para mí, Sergio González debió ser destituido el 16 de octubre. Aquel día, en la sala de prensa del Estadio José Zorrilla, Sergio se confirmó como el entrenador que no necesitaba este Real Valladolid. Tras perder (1-2) ante la Sociedad Deportiva Éibar en Pucela, el catalán afrontó el siguiente duelo, ante la Sociedad Deportiva Huesca, con la exigencia de la victoria. El Real Valladolid viajaba al Estadio de El Alcoraz para ganar «sí o sí».
Era octubre, se llevaban cinco jornadas pero Sergio perdió el control. Tras caer ante los armeros, el catalán perdió su calculadora y necesitaba ganar como fuera para recuperar las cuentas. Esa débil fortaleza le generaba seguridad y, sin ella, estaba muerto. Por ello, tomó un atajo y rompió a un equipo que desde entonces ha ido de final en final pero sin prepararse para ellas. Mirando el resultado y no el proceso ni el trabajo ni el camino ni la evolución conseguida, el Real Valladolid ha llegado al mes de mayo sin tener capacidad para ganar «finales».
No está hecho para ello porque éste es un equipo débil y sin evolución. El actual Pucela no ha mejorado nada durante la temporada y tiene las mismas carencias y problemas del principio de temporada. En octubre, en ese momento en el que el Pucela debía ganar como fuera en Huesca, el equipo no estaba preparado para jugar finales. No era el momento de jugarlas, es cierto, pero en las últimas semanas, sí. Tristemente, esa incapacidad de finales de 2020 se ha confirmado a mediados del 2021.
Sin evolución…
El equipo no ha estado bien trabajado pero, sobre todo, no ha focalizado su esfuerzo y su evolución sobre las demandas que se hacían. Imponiéndole siempre la necesidad de jugar finales, Sergio se olvidó de lo principal: trabajar al equipo para ellas. Así, el Real Valladolid no ha certificado aún el descenso pero sí que ha actuado y se está moviendo como un conjunto de LaLiga SmartBank, categoría a la que llegan los equipos que no evolucionan.