Siempre he defendido a cualquier entrenador que haya estado en el banquillo del Real Valladolid. Siempre. Pedí tiempo para Gaizka Garitano, confié en el bagaje previo de Juan Ignacio Martínez y nunca desnivelé la balanza de Luis César Sampedro, por ejemplo. En muchas ocasiones era difícil de mantener ciertos argumentos, como ocurrió, sobre todo, en la etapa del gallego. Reconozco que creí en ellos hasta un momento determinado. Como me pasó con Sergio González esta temporada. En el inicio de la presente temporada, creía en el catalán como nunca. Su discurso era perfecto para las necesidades del equipo, pero todo cambió antes de ir a Huesca.
La rueda de prensa previa a la visita al Estadio de El Alcoraz y la nefasta gestión de la derrota (1-2) ante la Sociedad Deportiva Éibar han llevado a que el Club tenga que cerrar la etapa de su entrenador por el bien de la institución y el futuro del proyecto. Empezando mis argumentos por explicar que creo en este equipo, en el potencial de sus jugadores, en la inversión realizada y en el margen de mejora que una competición como LaLiga Santander puede hacer sobre determinados jugadores, el Club debe entender que el proyecto sigue, si la propia entidad quiere.
Actualmente, el primer equipo del Real Valladolid está muerto. Futbolísticamente está totalmente roto. No es cuestión de sumar sólo tres puntos de 24. Está debilitado, realmente, por las carencias de juego y propuesta que tiene. El equipo no tiene argumentos. Podría ganar cuatro partidos seguidos, sí, pero parece no saber. Los pucelanos no tienen las herramientas ni la confianza para conseguirlas y la entidad necesita un cambio. Siempre es duro cambiar de entrenador y más hacerlo de uno que ha convivido durante cuatro temporadas, pero el Real Valladolid no puede esperar a que la situación cambie. Debe cambiarla o, al menos, trabajar para que lo haga. El Club no se puede contagiar de lo que ocurra en el primer equipo.
Un gran porcentaje de lo que ocurre en el Real Valladolid es el primer equipo. Una porción aún mayor de lo que se nutre el Pucela llega del primer equipo. Es el sustento del Club y, en este caso, el motor para muchos de los proyectos diseñados. Es el motor pero no la dirección, una enorme diferencia. El liderazgo debe llegar desde un punto más estable que un resultado y, ahora, en un momento muy delicado, el Pucela debe tomar las riendas. El Club debe asumir la falta de personalidad del primer equipo y proteger el proyecto.
Imagen y futuro
El vestuario y el equipo que dirige Sergio González carecen, actualmente, de alma, por ejemplificarlo de una forma. El fútbol no tiene respuestas ni propuesta en el mundo blanquivioleta y, por ello, es el Club el que debe tomar las riendas y buscar soluciones importantes para que el castillo montado desde el primer equipo no se derrumbe. El Pucela está en su peor momento desde el regreso a LaLiga Santander. Como Club y como equipo, el Real Valladolid está débil y la solución pasa por las medidas que sepa tomar la entidad blanquivioleta en un momento así.
Nuevamente, no es sólo el qué lo que está en juego. El cómo vuelve a ser capital. El Real Valladolid se juega mucho deportivamente pero, también, en cuestión de imagen. Todas las entidades viven momentos de inestabilidad y dudas deportivas pero la grandeza y la fuerza se demuestran en las medidas y en la personalidad institucional, aquélla a la que la realidad deportiva prueba en estos días y en estas horas tan cruciales para esta temporada y este proyecto que es el Real Valladolid, no Sergio González.