Alberto López, Pedro López, Iñaki Bea, José Antonio García Calvo, Alberto Marcos, Borja Fernández, Álvaro Rubio, Sisi González, José Luis Capdevila, Víctor Fernández y Joseba Llorente. Mucho se habla, y siempre se hará, del peso de José Luis Mendilibar en el Real Valladolid de la temporada 2006/2007 pero no fue el único protagonista. Obviamente tiene relevancia por el convencimiento que hizo sobre ese once inicial que nadie olvidará en el mundo blanquivioleta pero, también, sobre todos y cada uno de los jugadores que estuvieron en aquella plantilla. Eran jugadores de calidad, sí, pero futbolistas que supieron desde el primer momento tener el camino definido.
El entrenador diseñó esa ruta pero fueron los integrantes de aquel vestuario los que ejecutaron su plan a la perfección. El modelo de juego de presión, verticalidad, de vivir en campo contrario y de ser fiable con el marcador a favor estaba claro en la cabeza del cuerpo técnico. En las buenas y en las malas. Muy posiblemente fue esa seguridad en transmitir la idea por parte del entrenador lo que llevó a que el equipo plasmara perfectamente lo que Mendilibar quería. La ejecución fue perfecta y no sólo por los hombres importantes y con más minutos. Óscar Sánchez, Mario Suárez, Toché, Álvaro Antón, Chema Jiménez, Asier Arranz… Todos supieron plasmar la propuesta del entrenador y, con ella, enganchar a un entorno debilitado y dolido para cambiar la vida y la percepción de muchos.
Un poso de 13 años
Reconociendo al Real Valladolid de aquella temporada como el suyo y el que ellos querían, el aficionado se sintió reconfortado tras tres temporadas muy duras. El placer no sólo por el éxito final sino por el transcurso de la temporada. Las victorias llegaban, la racha aumentaba y el ascenso parecía cada vez más seguro. El éxito estaba cerca y lo estaba porque el equipo creía en ello. Lo hacía demostrando fuerza, seguridad y personalidad.
Ese Real Valladolid enganchó, como demuestra lo mucho que se sigue hablando de aquel grupo y aquellas señas de identidad por encima de cualquier resultado. Mendilibar marcó un camino, los jugadores lo entendieron y el grupo hizo grande una historia que comenzó por el sentimiento que transmitió. Más allá de números, victorias y evolución, aquel Pucela sigue dejando un poso pasados 13 años por el éxito y por cómo consiguió convencer a una ciudad debilitada, triste, alicaída y hasta asqueada.