A pesar del mazazo, el Real Valladolid podría haber encontrado la solución
La derrota (0-1) ante el Deportivo Alavés en el tiempo añadido fue un palo tremendo. De esos de los que cuesta levantarse. Tirando de tópico, no se puede encajar un gol cuando tienes un saque de esquina a favor y menos en la última jugada del encuentro, perdiendo las marcas como si de principiantes se tratara.
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En la misma línea del análisis, tampoco se puede obviar que en el último tramo del partido los de Sergio González consiguieron realizar el fútbol más fluido de la temporada. En el minuto 66 se produjo el cambio de inflexión. Míchel Herrero entró al partido y todo empezó a funcionar. El valenciano se erigió como jefe, cogió la manija y los pases comenzaron a sucederse a una velocidad superior. Ofreciéndose en todo momento y filtrando balones que rompían las líneas del Deportivo Alavés, el Pucela hizo llegar el balón a posiciones donde sus atacantes se encuentran cómodos y crean peligro.
Las buenas sensaciones no se concretaron en gol, bien por falta de pegada o de confianza, y el jarro de agua fría de Ibai Gómez tapó el buen hacer del centro del campo en los instantes finales. Tanto Borja Fernández como Anuar Tuhami, incluso Rubén Alcaraz, no habían conseguido en los 330 minutos de liga anteriores, manejar el partido y mover el balón como lo hizo Michel en los últimos 25 minutos del domingo, sin que el rival, saque de esquina al margen, pudiera, ni siquiera, salir con peligro hacia la meta de Jordi Masip.
Precisamente fue Sergio quien cambió la dinámica pucelana en la pasada temporada dando la batuta del centro del campo a Míchel, rompiendo un doble pivote que ralentiza mucho el juego blanquivioleta. A pesar del mazazo, el entrenador catalán pudo haber dado de nuevo con la tecla que dé al Real Valladolid el equilibrio necesario para logar la ansiada primera victoria, aquélla que devuelva la tranquilidad tanto al vestuario como al entorno.