El Real Valladolid no certifica su dominio global del juego. La superioridad que ejerce con el balón se pierde en las dos áreas de un terreno de juego que se le hace grande
• Dinámica para ser un equipo fuerte sobre el césped: «Protagonista para ganar los siguientes encuentros»
• La obligación de ser ‘bueno’ en todos los partidos: «Ser y demostrar, los verbos para el fútbol actual»
• El objetivo fundamental de este Real Valladolid: «Paco Herrera y un sistema para jugar bien al fútbol»
Lo decía Alex López en su rueda de prensa del miércoles. «El equipo está en un punto de crecimiento», aseguraba el gallego mientras afirmaba que no hay que alterarse por la falta de gol del equipo. «Lo importante es que se están generando ocasiones», sentenciaba. El ex del Celta de Vigo alejaba todos los posibles miedos y fantasmas que genera la situación del Real Valladolid. El buen juego pucelano, su exquisito trato del balón y su perfil protagonista en todas las acciones del partido se topan con una gran dificultad en las áreas. Tanto a nivel ofensivo como defensivo el momento pucelano muestra debilidad de contundencia en los últimos y en los primeros metros. Así, el Real Valladolid ejerce un dominio total sobre el partido pero no lo ejecuta cómo debería.
El Chelsea de 2012
En el fútbol actual están todos los caminos muy definidos. Demasiado. Se tiene que ganar y, además, está marcado cómo se debe hacer. El fútbol moderno invita al dominio sobre un fútbol de elaboración. Todo lo que salga de ese camino es repudiado y sorprendente. Rechazado sobre el papel, llamativo sobre el césped. ¿Cómo ganó el Manchester City al Fútbol Club Barcelona hace escasos días?, es la pregunta de la actualidad. Sencillo. Aceptando un rol que, horas antes, no quería y sorprendiendo al rival sobre el césped. No quisieron el balón como en otras ocasiones pero fueron determinantes al espacio. Sorpresa y potencia, dos armas que hicieron que el Chelsea, en 2012, se hiciera, llamativamente, con la Champions League de aquella temporada.
Aquel conjunto, que comenzó entrenado Villas-Boas y que terminaría dirigiendo Roberto Di Matteo, no elaboraba con precisión. No tenía grandes dotes técnicas pero dominaba como pocos las áreas. Necesitaban muchos acercamientos para hacerles daño y él necesitaba poco para anotar. Podían ser inferiores en el centro del campo, que lo eran, pero a la hora de golpear eran mortales. Superiores al resto. Así consiguieron, con Didier Droga y Peter Cech como estrellas, llevar aquella final a los penaltis e imponerse en el último lanzamiento.
No enamoraban con su juego, tampoco lo buscaban. Eran resultadistas en el análisis y desesperantes en el juego. Asustaban al rival. Parecían muertos pero atacaban al mínimo espacio que encontraban. Eran temidos y así, sin un gran juego, consiguieron el mayor éxito de la historia de un club de más de 111 años de historia. En más de un siglo han tenido mejores equipos, conjuntos con un juego más elaborado y preciosista pero pocos proyectos tan convincentes en su idea como éste. Sabían qué querían y cómo lo debían hacer. Eran fuertes en los últimos metros y en los primeros y así, nada era imposible. Ni ganar la Champions al Bayern de Múnich en su estadio.
Deficiencias pucelanas
Era un equipo convencido, como, en parte, lo es el Real Valladolid actualmente. Las últimas semanas han sentado bien al equipo pucelano. Sabe qué quiere, cómo lo debe buscar pero flojea en las áreas. En ambas. Isaac Becerra no tiene el dominio del juego aéreo de Cech y no posee, por ahora, el nivel de confianza del checo en aquellos años. De igual forma, el juego pucelano no tiene la presencia ofensiva de Drogba. Realmente, ni la del marfileño ni ninguna. Esperando a la entrada de Raúl de Tomás en el once titular, el Real Valladolid adolece de un incordio en los últimos metros. Necesita presencia para limar sus deficiencias ofensivas.
No hay duda. No debe costar reconocerlo. El Real Valladolid tiene deficiencias. Tiene muchos detalles de su juego que no dejan expresar la buena idea que el equipo tiene. Como decía Pep Guardiola en la previa del ya partido mencionado ante el Fútbol Club Barcelona: “es imposible construir una identidad de juego en sólo tres meses”. En el mismo punto, a su escala, está el Real Valladolid. Domina el juego, se hace con el balón, es protagonista en el terreno de juego, juega bien, no sólo bonito, pero se pierde en las áreas. No tiene esa maldad marcada. La falta de contundencia es un problema para los de Herrera. No son fuertes y así pierden mucha fuerza.
Lo aseguraba el propio entrenador tras el empate (0-0) ante el Real Zaragoza: “hemos encontrado el camino”. Se ha vislumbrado una luz pero ésta aún debe mejorar y mantenerse encendida. Isaac Becerra debe ganar confianza en el área y olvidarse de aquellos errores que mencionaba Víctor Jimeno en su artículo de esta semana. El ataque debe saber comprender qué se busca con los dos jugadores más ofensivos y con la llegada al área de un Míchel Herrero que crece en el juego pero no en la búsqueda de la portería rival. Con todo, este Real Valladolid debe mejorar. Mal haría en no reconocerlo y triste sería no tener que hacerlo a estas alturas.
Ilusiones
En el fútbol, todo es mejorable y lo positivo es que la idea de juego avanza. El estilo se va consagrando pero los detalles destruyen un estilo que podría ser definitivo para luchar ya por objetivos e ilusiones ambiciosas. Tiempo de mejora existe pero el equipo debe limar ya todos esos problemas en las áreas que hacen de la propuesta pucelana una gran idea. Pero poco más. Es un estilo bien definido pero que no es tan fuerte como debería ser. Se queda sólo en una propuesta y no en una gran ejecución por las limitaciones finales. Sin ellas el Pucela sería más respetado, tanto como aquel histórico Chelsea de la temporada 2011/2012.
Pese a que aquel era un equipo débil en la elaboración, dominaba las dos áreas, suficiente para hacer gol y conseguir que no se lo hicieran. Un éxito sin mucha creación, sin esa pizca de fútbol moderno pero con grandes resultados. Era una propuesta muy diferente a la pucelana. Más sencilla. Más directa. Sin idea central pero con detalles determinantes. Lo contrario que la pucelana, donde los complementos decisivos son su peor enemigo.