El egoísmo de los futbolistas supera ya cualquier objetivo global del fútbol
El apasionante mundo de las ruedas de prensa dio un cambio hace unas semanas. En la previa de la última jornada en Primera división, Víctor Sánchez del Amo resumía cómo había sido la temporada en el Deportivo de la Coruña. El ya ex preparador deportivista emprendía voluntariamente un discurso lleno de contenido, polémica y egos. Demostrando, nuevamente, que el fútbol está contaminado por el premio individual, el madrileño abría puertas al análisis. El fútbol es, cada día, un deporte más individualista en el que sólo un integrante busca el éxito grupal. Mientras los jugadores y sus entornos buscan el éxito propio, el entrenador debe buscar el bien común. A veces es complicado. Otras imposible. El Real Valladolid lo ha vivido esta temporada. La forma en la que se busca el premio final no siempre es la misma y no tiene una forma ortodoxa. Es difícil pero todo entrenador la busca. Alberto López lo ha hecho y ha conseguido el objetivo por el que llegó al Real Valladolid; salvar al equipo del descenso de categoría.
Johan Mojica
Hace unos pocos días, Arturo Alvarado, en las líneas de El Mundo Diario de Valladolid, aseguraba que el Real Valladolid había sancionado a Johan Mojica por petición de Alberto López tras el primer partido del entrenador vasco como blanquivioleta. 500 € de multa reflejaban la noticia por lo que el entrenador consideraba una mala actitud en el empate (1-1) ante el Club Deportivo Lugo.
Dejando a un lado la cuantía económica de la decisión, el tema principal ha estado en saber cómo y por qué un jugador que fue sancionado por una mala actitud y en una media que buscaba dar ejemplo al vestuario, tuvo un lugar privilegiado en los siguientes partidos. La respuesta se encuentra en el equipo y en la supuesta calidad diferencial del jugador. Pese a que tras esa actitud sancionada, a Alberto lo que le pediría el cuerpo era dejar fuera del equipo al colombiano, el entrenador no lo pudo hacer. No tuvo la opción de hacer lo que quería por el equipo. El Real Valladolid, en la situación en la que ha estado desde su llegada, no podía perder a nadie más. No podía autolesionarse más.
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Pese a que es cierto que en el fútbol aquel que no suma, resta, Mojica podía restar a nivel de compromiso, trabajo y actitud pero su fútbol era determinante. Sí, decisivo. Puede parecer incomprensible pero ha sido la realidad en este tramo final. Llega un momento en la temporada en la que todo se evalúa por los resultados. Por un gol, un punto o una victoria, un entrenador es capaz de todo. Miente o engaña al entorno. Todo vale. Todo suma y por todo es capaz de apostar un entrenador si así considera que está más cerca de sumar.
Experiencia propia
En mi caso, el de un simple entrenador de fútbol con el placer de entrenar diferentes equipos durante nueve años, la experiencia también existe en este punto. Hace tres temporadas acepté la propuesta de ser segundo entrenador en Regional Preferente, una categoría por debajo de Tercera división. El grupo era bueno. Una base de buenos jugadores que vivían su segunda temporada en la categoría que ellos habían conseguido.
Es cierto que la unión era buena. Aquel era un grupo de amigos, como se suele decir pero, también es verdad, que se trataba de un vestuario con un principio de agotamiento y determinados vicios adquiridos. Acostumbrados a ganar y a recopilar éxitos, la temporada no comenzó bien. Los resultados lastraban el trabajo e invitaban a que se asomaran pequeños y grandes egos. En esa pelea destacaban dos gallos. Uno, de supuesta trascendencia, forzó su salida. Otro, preso del miedo, nunca propuso salir. No dio el paso pese a que era lo que le pedía el cuerpo. Es más, siempre estaba disponible. A su manera pero activo.
Este segundo jugador era diferencial en el campo. Fuera de él su actitud no era la más correcta. Dentro del partido, tampoco. Eso sí, era el goleador. El que nos hacía ganar partidos y puntos en nuestra pelea por evitar el descenso. En un momento de la temporada, lo fácil y, posiblemente, lo más recomendado, era eliminar del vestuario a este jugador. Yo, como segundo entrenador, propuse no actuar así. Lo mío eran sólo propuestas. Las decisiones, obviamente, del primer entrenador. Así creo que funciona y debe funcionar el fútbol.
Por suerte, mi propuesta se aceptó y el jugador continuó en el equipo. Seguramente, para la armonía y buena dinámica del vestuario lo mejor hubiera sido eliminar ese activo. El vestuario lo hubiera agradecido en el día a día y en el trabajo pero no en el juego. Su actitud era reprochable, sí. Su contaminación era activa, también. Pero sus goles eran necesarios. Suficiente nos habían debilitado las decisiones de los jugadores, los movimientos del mercado y los egos como para asumir más decisiones drásticas. No podíamos. Estábamos atados.
¡Enhorabuena, Alberto!
El entrenador está atado. Un preparador se debe aclimatar a lo que tiene. Muchos jugadores se borran durante la temporada. Tiran incluso el brazalete de capitán para defender su ego. Los entornos no ayudan. Más bien al revés. Todos restan. Todos complican y debilitan la evolución. Un entrenador no trabaja sobre lo que dispone. Pelea ante lo que le disponen. Le lastran el día a día y él debe aclimatarse una y otra vez.
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Adaptarse es lo que ha hecho Alberto López en el Real Valladolid. Posiblemente haya tomado decisiones impropias para él y de las que no se sienta orgulloso pero el objetivo del Pucela mandaba. Él ha sabido sacarle partido al equipo y a las limitaciones y trabas que se ha encontrado. Yo, como segundo entrenador, no supe recomendar más para salvar a un equipo que terminó descendiendo al fallar un penalti en el minuto 88.