Mientras el Pucela malvive por un triste objetivo, varios de sus ex jugadores menos valorados se encuentran cerca del éxito. Nada parece valer y nada es valorado
• Mientras varios de los actuales futbolistas del Real Valladolid son señalados por el entorno blanquivioleta, otros de aquellos que vivieron esta misma situación en el pasado viven grandes momentos de su carrera •
La crisis del Real Valladolid es galopante. No vale nada. Ningún jugador se salva de la crisis. Aquellos que usan la fuerza y la llamada «testiculina» al juego no son válidos. «No tienen calidad», dicen. El perfil de jugador técnico tampoco es valorado. «No tienen coraje», afirman. En definitiva, la crisis de identidad del Pucela es tan alta que nada vale. Ningún jugador supera el examen blanquivioleta aunque sí el del exterior. Fuera del estadio José Zorrilla el fracaso no es tan alto. Al revés. Curiosamente, de los ocho jugadores que abandonaron el Pucela el pasado verano y que siguen compitiendo en Segunda, seis están mejor clasificados que el Real Valladolid. Tristemente, ninguno de ellos fue despedido con pena a su marcha y cuatro de ellos pelean por llegar a Primera.
Morralla que no es tal
Hablar de Carlos Peña, Omar Ramos, Raúl Fernández, Lluís Sastre, Jonathan Pereira o, incluso, David Timor, que se marchó hace sólo unos meses del estadio José Zorrilla, es hacerlo de morralla. Es decir, y según la RAE, “multitud de gente de escaso valer”. En definitiva, y aplicado a estos nombres, jugadores sin valor ni capacidad para competir en el Real Valladolid. Todos ellos, futbolistas del pasado curso, abandonaron el estadio José Zorrilla sin pena ni gloria. Nadie derramó una lágrima por su salida y ahora están mejor situados en la clasificación que el propio equipo blanquivioleta. Curioso no es. Determinante, sí.
Omar rescindió su contrato en una de las mejores noticias que pudo recibir el entorno. Lluís Sastre y Carlos Peña terminaron sus contratos con el aplauso y la celebración de la afición por su final. Raúl, con un partido disputado, ha vivido esta temporada grandes éxitos, ligueros y coperos, con el Mirandés después de ser menospreciado por el Real Valladolid en su breve etapa pucelana. Y así varios jugadores.
La vida blanquivioleta transcurre en el camino de ver cómo jugadores que no valen para el estadio José Zorrilla, triunfan fuera de él. Tres ex jugadores recientes del Pucela están cerca de llegar a Primera con el Leganés. Tienen en la mano ser historia pepinera. En Valladolid nunca recibieron un reconocimiento. De igual forma, uno de los jugadores más infravalorados de los últimos tiempos en Valladolid con un buen rendimiento como aval, está cerca de vivir un play-off con el Real Oviedo. En definitiva, esa “morralla” blanquivioleta, no es tal cuando sale de las inmediaciones del Pisuerga. Fuera se transforman o, quizás, fuera les valoran y les dejan trabajar en proyectos.
Realismo
Si hace unos pocos días afirmaba en estas mismas líneas que se me abren las carnes al ver el éxito de Iván Alejo en el Villarreal, algo similar siento cuando veo la temporada de Lluís Sastre en el estadio de Butarque. Aunque en este caso con cierto recochineo por mi parte. Para qué voy a mentir. Ver triunfar al mallorquín es el éxito al trabajo de un futbolista de rigor, calidad y táctica que no fue valorado en Pucela. Tanto el suyo individual, como el éxito global del Club Deportivo Leganés son un mazazo para el Real Valladolid.
Pucela en todos los sentidos y con todos como culpables, es capaz de sacar lo peor de cada uno. No es casualidad el éxito fuera y el fracaso en casa. Es culpa de todos. El mundo irreal en el que vivimos, el pasado brillante o satisfactorio en el que queremos anclarnos nos lleva a no ver la realidad ni apreciar muchos detalles del fútbol. El problema está en ver que este Pucela debilita. Saca lo peor de cada uno y todos los que se marchan lo hacen como responsables y como los grandes señalados. Curiosamente, con esas marchas nada mejora. Más bien al revés. Todo empeora. El declive encuentra un nuevo nivel.
Cuestión de entrenador
Señalar y culpabilizar sin encontrar un hueco a la autocrítica es propio de este Real Valladolid. Obviamente, los más señalados son los entrenadores. Juan Ignacio Martínez, era malo. No había forma de salvarlo. Rubi tampoco era el preparador que necesitaba el equipo. No estaba a la altura. Si él, que estuvo toda la temporada, no encontró apoyos, menos los tendrían Gaizka Garitano o Miguel Ángel Portugal y no los va a tener, ahora, Alberto López.
Curiosamente, Juan Ignacio Martínez y Rubi, después del Real Valladolid firmaron por Primera división. Sí, es cierto, con equipos que terminaron bajando a Segunda pero con la prueba de que pese a su trabajo y resultados en Valladolid, encontraron hueco en uno de los 20 mejores equipos del país. Otros sí valoraron a los entrenadores que en Pucela no tuvieron éxito. Ellos les llamaron y con ellos vivieron y han vivido sus finales en la élite, aquella a la que Sastre, Omar y Timor se están acercando tras salir del estadio José Zorrilla ya no por la puerta trasera sino por una minúscula ventana del sótano.
El declive es claro y, sinceramente, creo que es culpa de todos. Es imposible que este Real Valladolid tenga un proyecto a largo plazo. No hay paciencia suficiente para algo así. Con perspectiva se pide una propuesta con la cantera pero copiar lo ideado por otros conjuntos, por bonito que suena, es imposible. Valladolid exige resultados. Quiere éxitos rápidos. Si no los hay, nada vale. Hay que destruir todo y empezar de cero. Es cierto que el trabajo de Carlos Suárez es muy cuestionable, pero tan verdad como eso se puede asegurar que el leonés se ha adaptado a lo que pide el entono. Proyectos cortos y con resultados inmediatos que encuentran su éxito en un porcentaje menor al 40% es la filosofía del club y aquella que quiere el entorno. Estas ideas terminan demostrando que nada vale para este Real Valladolid porque nadie deja que el camino de fútbol se cumpla y así llevamos unos cuantos años. Posiblemente desde la marcha de Pep Moré en 2003.