Abel Resino estaba cerca de salir del José Zorrilla en 2011 hasta que dio con la tecla que necesita su equipo. La tendencia cambió y el equipo llegó hasta el play-off
• Tras ocho partidos en el Real Valladolid, Abel Resino sumaba sólo cuatro puntos y su salida parecía cercana.
• Ante el Recreativo, el técnico se apoyó en los jugadores y éstos respondieron con 11 victorias en 19 partidos.
• El equipo encontró el estilo cuando todo parecía perdido y llegó al play-off en un estado de forma magnífico.

El 5 de febrero de 2011 se vivió una situación muy incómoda en el estadio José Zorrilla. Tras perder (2-3) ante el Granada, Abel Resino estaba más fuera que dentro del Real Valladolid. Tras la que era su sexta derrota en ocho partidos, el entorno pucelano explotó. Con razón, posiblemente. El técnico toledano abandonaba el estadio y la afición pedía su cabeza. Él y su grupo de trabajo sabían que su final podía llegar en las siguientes horas. Por suerte para ellos y, sinceramente, también para el Real Valladolid, ese cambio de entrenador no se dio. Carlos Suárez y José Antonio García Calvo confiaban en el ex cancerbero para visitar Huelva. Allí, en el Nuevo Colombino, sí que el Real Valladolid se jugaba el todo por el todo. Abel tenía su última oportunidad y el Pucela se jugaba su futuro. Ganar o empezar a mirar a los puestos bajos. Si perdía, el fantasma de la Segunda división B estaba cerca. Muy cerca.
Viendo que el Real Valladolid confiaba en ellos pese a la mala racha, Abel Resino, Juan Sabas y Fernando Gaspar se reunieron. Era el momento y la oportunidad de cambiar su idea. O buscaban un cambio de fútbol o morían. Ellos y, posiblemente, el Real Valladolid. La realidad era que el equipo estaba pidiendo ese cambio y que la situación lo exigía. La decisión fue clara. No había otro objetivo que ganar. El Pucela se aferraba a la antiquísima teoría del “partido a partido” y a la obligación de no encajar. El equipo se olvidaba del juego vistoso. Tras seis derrotas en ocho partidos, era el momento de contar los partidos por victorias. La idea de esa complicada misión se cumplió. Pese a la expulsión de Óscar González antes del descanso, el equipo sacó fuerzas y creó en Huelva un punto de inflexión. La revolución funcionó y la apuesta del cuerpo técnico por determinados jugadores surtió efecto. El Real Valladolid comenzaba un sueño que casi terminó en ascenso.

Nafti, Baraja y nueve más
En el fútbol las casualidades no existen. Al igual que la fortuna, todo se busca, se pelea y tiene un porqué. En este Real Valladolid del 2011 hay varios nombres propios pero uno destaca por encima del resto. Mehdi Nafti, futbolista tunecino recién llegado, decidió tomar el mando. Abel apostaba ciegamente por él y desde aquel 12 de febrero tuvo un sitio en el centro del campo. Junto a Javier Baraja, el Pucela encontró a uno de esos jugadores sin brazalete que tira del carro con liderazgo. Con el ex del Racing de Santander o Real Murcia en el terreno de juego, el Pucela contaba sus primeros tres partidos por victorias.
El cambio había llegado y Mehdi Nafti ejemplifica ese nuevo Pucela. No era el único. Junto a él, Abel Resino ‘fichaba’ a otros cuatro jugadores. Antonio Barragán, Jordi Figueras, Javier Baraja y Óscar González se ganaban un puesto en este nuevo proyecto. Los tres primeros desde aquel partido en Huelva y el último, el salmantino, tras cumplir la sanción que se le impuso por una desafortunada jugada en el estadio del Decano. Sea como fuere, la realidad es que estos jugadores lideraron un nuevo Real Valladolid. Fueron la columna vertebral de un equipo que comenzó a ganar, a recuperar confianza y a realizar un buen juego. Por pasos, por fases y poco a poco, el equipo carburó. Abel no se aferró a su idea y cedió ante lo que exigía la situación y el vestuario. La dureza de la competición pedía el cambio que el cuerpo técnico de Abel Resino había detectado y que supo diseñar.
Decisiones, no castigos
Por convencimiento o, quizás, por falta de recursos, Abel Resino tomó la decisión de apostar por estos jugadores. Lo hizo para Huelva y para el resto de la temporada. Lo hizo sin buscar un castigo en otros integrantes del vestuario. El propio entrenador ha confesado que “el fútbol no es un colegio y no existen los castigos”. Con esta afirmación bien definida, Abel apostó convencido de lo que hacía. Decidió rendirse a las exigencias de las circunstancias y olvidarse de su ego. Con él, estaba demostrado que no se encontraba el camino.
Quizás en este último punto está el Real Valladolid de Rubi. El catalán no se cansa de repetir que su idea pasa por el balón y por “tenerlo desde atrás”. Actualmente, y tras tres derrotas consecutivas, el equipo no está capacitado para esta exigencia. El grupo necesita recuperar confianza y el camino más fácil para volver a esa dinámica es la victoria. Con dos o tres victorias consecutivas, como ocurrió en febrero de 2011, el futuro se verá de otra manera. El equipo tendrá confianza, la crisis estará superada y llegará el momento de seguir creciendo y recuperar el tiempo perdido. Tras una victoria todo será más sencillo y la opción de mirar hacia el ascenso directo será real. Ahora, los cinco puntos sobre los dos primeros puestos son muy largos. Realmente no son puntos, son mundos. Sin una victoria, mirar hacia el ascenso es una utopía. Tras conseguir esa “victoria psicológica”, que ya ha comenzado a mencionar Rubi, el Pucela se podrá proponer más objetivos. Hasta entonces, sólo existe uno. Como hizo Abel Resino en la previa a visitar Huelva el 12 de febrero de 2011. Victoria. Tras ella, ya llegarán nuevos frentes. Hasta entonces es inviable e innecesario mirar más allá.