El Real Valladolid firma en Ponferrada su tercera derrota consecutiva fuera del José Zorrilla. Sensaciones pésimas ante otra oportunidad para comandar la clasificación
«Mal de muchos, consuelo para poco ambiciosos» | Crónica de la derrota en Ponferrada
De nuevo tocaba viaje con el Real Valladolid. En una complicada mañana, más de 200 seguidores nos agolpábamos en la Plaza Colón buscando refugio a la lluvia a la espera de ese ansiado autobús con destino a El Toralín. Tras una parada de rigor, antes del mediodía llegábamos a la ciudad berciana. Con un sol de justicia, el buen ambiente en los prolegómenos del choque hacía presagiar que esta vez sí daríamos un golpe encima de la mesa. Mesa que, por otra parte, lleva ya preparada unas cuantas jornadas. Una hora antes al comienzo del encuentro, los más de 600 aficionados pucelanos fuimos acomodándonos en las gradas de ese estadio coqueto y a la par que inexpugnable. «Esta vez sí», pensábamos. Con el público entregado, arrancaba el partido pero no el Real Valladolid. ¿Otra vez la misma pesadilla? No era el minuto 10 y ya íbamos perdiendo. Espectacular desastre de primera mitad, dónde lo mejor era el resultado. Esperanzados de ver a otro Pucela en el segundo acto, el encuentro empeoró. Tocaba remontada épica pero que sólo se quedaría en un ligero amago. Finalmente lo que podía haber sido una jornada perfecta provocaba que, otra vez, volviéramos a casa con sensaciones de equipo vulgar y que aspira a play-off.
Cambio de cromos sin efecto
Cada vez que Rubi da su once inicial, aumentan las sorpresas. Con un once tipo en las dos últimas fechas, en El Toralín volvía a sorprender. Es cierto que el 4-3-3 seguía presente pero dos caras nuevas salían a la luz. El primero hombre destacado era Lluís Sastre que entraba por Álvaro Rubio. El mallorquín, fuera de la titularidad prácticamente todo el año, volvía al equipo en un partido importantísimo. Duró sólo 45 minutos y hasta la media hora de juego no tocó balón y lo hizo para cometer una falta y ser amonestado.
Como en otras muchas ocasiones, el Real Valladolid acusaba la falta de Álvaro Rubio sobre el césped berciano. Johan Mojica era la otra novedad. Después de más de un mes fuera, la falta de chispa del colombiano se hizo presente y transformaba al ‘3’ banquivioleta en un futbolista vulgar. Tan triste fue su participación que la banda izquierda estaba huérfana de peligro, al igual que todo el frente de ataque visitante. Rubi apostaba en el inicio por caras nuevas. Se trataban de cambios para sorprender al rival pero que, seguramente, hicieron que al final del partido fuera él mismo el más sorprendido de toda la expedición blanquivioleta. Ningún punto de su plan había salido y el Real Valladolid volvía a casa con una derrota más pero, en esta ocasión, con las críticas sobre el trabajo del cuerpo técnico más feroces que nunca.
Esquema descompensado
El 4-3-3 era el dibujo elegido por el preparador catalán, nuevamente. Este sistema ha dado grandes resultados al cuadro pucelano pero tomando los fundamentos del mismo. En busca de la posesión, no puedes regalar nada y debes evitar que tus centrales sean los que tengan más durante más tiempo el esférico. Con tres hombres adelantados, tiene que existir mucha movilidad y la pasividad de hombres como Óscar González, el cual no se encuentra cómodo de ‘9’, hace nula la profundidad de juego. Si a todo esto le sumas que los hombres de banda no conectan con el área, el resultado es el que fue: una película de terror.
En los segundos 45 minutos se mejoró, pero sin resultado. Con la salida de Túlio de Melo y Jonathan Pereira, cada vez menos eficaz, el cambio a un sistema más directo, embotellaría a la Ponferradina. Ahora sí que los centros por banda tenían destinatario. El brasileño probaría suerte en más de una ocasión con disparos potentes pero sin colocación. Con un Hernán Pérez haciendo de las suyas y un Omar Ramos participativo, el gol pucelano rondaba la portería local de igual forma que la sentencia definitiva se podía producir en un contragolpe.
El ejemplo de David Timor
Es cierto que la última media hora de Hernán Pérez fue muy buena pero no le dio para ser el mejor del Real Valladolid. Los 90 minutos de David Timor fueron fantásticos. El ex del Girona no se quiso contagiar del espíritu de sus diez compañeros en la primera mitad y, en los segundo 45 minutos, el centro del campo fue totalmente suyo. Recuperó balones, salió con la pelota jugada, hizo continuos cambios de orientación, llegó al área contraria… Intensidad, ganas y entrega son las señas de identidad de un futbolista que cada día que pasa, es más indispensable para Rubi y Desde la grada de Zorrilla se aplauden estas actitudes.
Si hace unos mese el fijo era André Leão, las tornas pueden ir cambiando y David Timor puede ser perfectamente el jefe de los maquinistas de este tren llamado Real Valladolid. Los líderes también tienen que serlo también fuera del campo y el centrocampista se comportó como un señor al ir el primero a saludar y pedir perdón a toda la parroquia pucelana desplazada hasta Ponferrada y posteriormente, antes de subir al autobús, atendiendo a los que allí se encontraban. De ’10’, David Timor.