El Real Valladolid cae derrotado (2-0) en Ponferrada en una nueva decepción de los de Rubi fuera de casa. Los blanquivioleta no generaron peligro hasta el tramo final
“Mamá, no he suspendido yo sólo. Lo ha hecho mucha gente” siempre ha sido una de las excusas de los suspendidos para justificar una mala nota en el colegio. Incluso ampararse en que “el profesor ha suspendido a toda la clase” han sido palabras que todos hemos usado alguna vez. Con estos motivos creíamos, pobres de nosotros, que nuestra madre o padre tendría piedad. La bronca sería menor. Lejos de la realidad, el altercado era igual. A nadie le importaba qué hacía tu compañero de mesa o tu gran amigo. A tu madre le importabas tú y cuando te ponías pesado con que tus compañeros de clase también habían suspendido, la frase más socorrida era: “Hijo mío, mal de muchos es consuelo de tontos. Céntrate en lo tuyo y olvídate de los demás”.
Esta frase, este argumento y esta bronca, muy conocidos por todos los estudiantes es muy aplicable al Real Valladolid y al momento que vive tras la derrota en El Toralín. Cayendo en Ponferrada, los de Rubi suman tres derrotas consecutivas fuera del estadio José Zorrilla. Más allá de no haber sumado en esos partidos, lo preocupantes es ver cómo el equipo ha sido superado ampliamente. En inferioridad, ante un equipo como el Real Betis… Siempre había excusas pero ya se han acabado las palabras que puedan justificar esta mala imagen.
El Real Valladolid ha tocado fondo alejado de su casa, que no de su gente. Su juego no ha tenido personalidad, el equipo ha carecido de ambición e intensidad y desde el banquillo no se ha conseguido transmitir nada. Ni al equipo ni a los más de 600 aficionados desplazados. Rubi ha estado superado por el partido desde el inicio y el equipo lo ha pagado. El propio entrenador aseguraba en Sevilla no ver falta de actitud en el equipo pero tras el nuevo varapalo, el grupo se debe plantear su bipolaridad de intensidad y, por consiguiente, de juego. Cambiando de una forma tan grotesca en sólo siete días, el objetivo se aleja. Por mucho que Las Palmas y Real Betis hayan perdido, que el Girona y el Sporting hayan empatado en su estadio y que sólo Real Zaragoza y Ponferradina hayan ganado, el Real Valladolid se debe exigir más. El mal de todos los equipos del play-off no es consuelo. Al menos para equipos y proyectos con ambición. El ascenso directo sigue estando a tiro. Después de la mala imagen fuera de Valladolid, el equipo sigue amparándose en el mal del resto de equipos para mantener la ilusión pero la realidad es que el equipo se debe exigir más. Acomodándose, el éxito no llega nunca.
Mal inicio. Comienzo del fin
Pasadas las jornadas, el encuentro del Real Valladolid del pasado mes de enero en Mallorca resulta más brillante. Cada salida que realizan los pupilos de Rubi, la sensación es que en Son Moix el juego pucelano fue excelso cuando en realidad la pegada fue la protagonista. A fuerza de firmar partidos tan flojos como el de El Toralín, la victoria ante los de Karpin gana en trascendencia. Lo hace por el juego desplegado, la personalidad y la ambición de aquel día. Estos tres rasgos pudieron con el tempranero gol de Marco Asensio. El éxito de superar un marcador adverso parece una quimera para Rubi y los suyos. Recibir un gol fuera del estadio José Zorrilla, significa ver el final del partido. Mallorca es la excepción.
Sea en el minuto ocho, como ocurría en Ponferrada, o con el partido más avanzado. Siempre que el Real Valladolid encaja, la losa es tan alta que la victoria se aleja demasiado. Esa frialdad en el juego de la que el cuerpo técnico hacía gala hace sólo unas semanas no existe para remontar un partido. Cuando el Pucela tiene que proponer sobre un marcador adverso, la visión se nubla y es difícil poder aclararla.
Los rivales lo saben y por lo visto en el planteamiento de la Sociedad Deportiva Ponferradina, basan mucha de su idea de la victoria en ella. Presión alta y mucha exigencia en los primeros minutos para conseguir dar la primera estocada al rival. Ante el primer varapalo, el Real Valladolid se siente dubitativo. Carece de personalidad y, sobre todo, de frialdad para superar el temporal y, poco a poco, adueñarse del partido. En Tenerife el equipo no supo leer la inferioridad y en Sevilla, el tanto de Jorge Molina se indigestó. En esta ocasión, el tanto de Berrocal supuso nerviosismo, presión y aceleramiento. Ninguno de los ingredientes invitaba a creer en la remontada. Todo lo contario. El tercer capítulo de la triste imagen blanquivioleta fuera de Valladolid, se palpaba.
Desesperación global
Con el 1-0 el nerviosismo se apoderó del Real Valladolid. Lo hizo de una forma tan abultada que el equipo se marchaba al descanso con sus dos centrales amonestados. Jesús Rueda y Marc Valiente, los encargados en muchas ocasiones de dar tranquilidad, sosiego y fútbol al equipo, se mostraban superados por la velocidad del contragolpe. Pablo Infante lideraba un juego berciano simple, veloz y directo al que ningún jugador blanquivioleta conseguía hacer frente. Lluís Sastre, amonestado en el tramo final de la primera parte, pagaba los platos rotos en el intermedio. Rubi centraba en el mallorquín el mal partido pucelano. Cierto sector aplaudía la decisión y veía la permuta como el comienzo de la victoria. Nada más lejos de la realidad. El mal juego pucelano no desaparecería.
La entrada de Túlio de Melo en el descanso insufló a los pucelanos aire fresco pero de carácter mínimo. Un disparo desde la frontal del área tras la reanudación fue el único peligro blanquivioleta antes del 2-0. Bien pronto, Yuri aprovechaba una indecisión blanquivioleta en el área para poner más tierra entre ambos equipos. La distancia ya sería insalvable. El juego y la personalidad del Real Valladolid hacían imposible una remontada. Se rozaría el gol. Hernán Pérez en los últimos minutos asumió responsabilidad pero el gol no llegaría. El tercer encuentro consecutivo sin anotar fuera del estadio José Zorrilla era una realidad. Triste pero veraz.
El triste escudo de la clasificación
Tras acabar el encuentro, lo primero que el aficionado blanquivioleta hace es ver la clasificación. En la segunda parte ya se conocía el resultado de todos los competidores por el ascenso. Sólo quedaba saber qué hacía el Real Valladolid. Más allá del ridículo del juego pucelano, la clasificación muestra un objetivo alcanzable. El ascenso directo está a sólo dos puntos. Menos de un partido separa al equipo de Rubi de su actual objetivo. La cuestión son las sensaciones. ¿Qué invita a pensar el Real Valladolid analizando su día a día? Sin mirar el escudo de la clasificación, el futuro no es tan positivo como muestran esos dos puntos.
Tras perder en Tenerife y Sevilla, las goleadas ante Numancia y Sporting no eran suficientes. Un buen partido fuera de casa es una obligación que, por el momento, no se consigue. Sí, se gana en casa pero el equipo debe ser más ambicioso. Sólo con una intención clara de mejorar día a día el ascenso será un objetivo alcanzable. Con un intercambio de versiones tan drástico, el segundo puesto se alejará mucho. Por más que los rivales pichen, la realidad pucelana no invitará al optimismo. Hoy en día no lo hace y esos dos puntos que llevan al segundo puesto son una batalla tan costosa como llevar la imagen del José Zorrilla al autobús de viaje y mostrarle fuera del Pisuerga.