Un solitario tanto de Óscar González regala una victoria (1-0) a un soso Real Valladolid. Los de Rubi no aprovecharon la superioridad numérica de más 70 minutos

Con un gol en minuto 13 y en superioridad numérica desde el minuto 21, todo indicaba que el Real Valladolid iba a utilizar esa “frialdad” a la que Rubi hacía mención en la previa a la jornada en el buen sentido. En esta ocasión, ese rasgo de doble filo del actual Pucela invitaba a pensar en hacer un partido perfecto. Con pocos minutos de juego, todo se unía con el Real Valladolid para seguir la dinámica del buen marcador cosechado en El Sardinero. La victoria (1-4) sobre el Racing de Santander invitaba al optimismo, aunque no tanto como esos condicionantes que se daban durante los primeros 20 minutos del partido.
La realidad de la visita del Alcorcón a Valladolid era siniestra para ellos. Todo el planteamiento de Bordalás se iba al traste con la expulsión. El penalti era asumible pero la salida de Nagore del estadio, no. Sin él, los alfareros no tenían nada que perder y su planteamiento consistió en hacer el partido lento y sin ritmo para conseguir el conformismo y relajación del Real Valladolid. Por momentos lo consiguieron y cerca estuvieron de pescar en el Pisuerga. Pese a que sus acercamientos fueron limitados y la defensa blanquivioleta dominó su campo, el miedo a un empate siempre sobrevoló el estadio José Zorrilla.
El reparto de puntos era una opción que se valoraba durante el encuentro porque la claridad del Real Valladolid en el aspecto ofensivo era nula. Ni Jonathan Pereira ni Óscar González daban luz a los últimos metros pucelanos. Johan Mojica, por su parte, muy marcado por los alfareros, reducía considerablemente sus llegadas al área. No era el día blanquivioleta a nivel ofensivo. Sabiendo que su claridad para los últimos metros era débil y que no mejoraba en exceso con los cambios, los pucelanos terminaron amarrando los puntos y dejando pasar el tiempo. En unos meses los puntos valdrán igual. Se haya jugado bien o mal, los puntos terminaron siendo lo imprescindible.
Penalti y expulsión
El encuentro comenzaba con un Real Valladolid dominador y un Alcorcón que, pese a disfrutar de la primera ocasión, esperaba. Quería ver qué proponían los locales y actuar en base a ello. Pese a las innumerables críticas que reciben los equipos de José Bordalás, en gran medida de forma merecida, sus equipos con conjuntos muy trabajados. Saben qué hacer en muchas circunstancias y cambian su estilo con mucha facilidad. Si necesitan llevar el peso, lo llevan. Si deben aclimatarse a un estilo secundario y de contragolpe, lo asimilan con rapidez. Si, por el contrario, deben bajar el ritmo y hacer del partido un encuentro soso, como fue en este caso, lo hacen.
En todas las circunstancias lo hacen bien. Con mayor o menor éxito, está claro, pero Bordalás sabe dar personalidad a todos sus planteamientos. En esta ocasión ese ritmo débil y acompasado les vino a la perfección. No tenían nada que perder. En el minuto 21 perdían y estaban en inferioridad en un estadio como el José Zorrilla. El partido ya no les podía dar nada más negativo. Por ello decidieron encerrarse y esperar a que el Real Valladolid cometiera algún fallo en defensa. Bordalás quiso sacar de quicio al Real Valladolid.
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En esta ocasión planteó dureza junto al rimo lento ya definido desde la expulsión. Javi Jiménez, pese a perder, arañaba tiempo en todas sus jugadas. Los latearles se tomaban unos segundos para poner el balón en juego. Los madrileños buscaban hacer el partido corto. Reducirlo y tener el Pucela en su campo. Con faltas, parones constantes de juego… Parecía que todo valía para dar validez al planteamiento. Bordalás quería al Pucela lejos de su área. Cerca de Javi Varas las posibilidades de encontrar un fallo crecían pero, finalmente, no llegaron y sus acercamientos al área del portero hispalense eran frenados por una férrea defensa pucelana.
Ilusionante debut de Hernán
Pese a la expulsión de Nagore, Bordalás nunca tomó riesgos. La línea defensiva de cuatro jugadores no se movería en ningún momento. Ni cuando se acercaba el pitido final. Así, con un equipo rival encerrado, Rubi aprovechaba la lesión de Mojica en el minuto 54 para dar entrada a Hernán Pérez. El paraguayo, lleno de ilusión por su debut, mostraba de qué es capaz. Aunque quedaba palpable que necesita mayor rodaje y tiempo para crecer a nivel físico, su debut fue ilusionante.

Apertura constante del campo. Profundidad en una banda derecha que lleva mucho tiempo sin ver llegar a su extremo hasta línea de fondo. El paraguayo mostraba credenciales para el futuro pero no para el presente del duelo ante el Alcorcón. El encuentro estaba en un ritmo y en unos movimientos que no le venían bien. Sin espacios en el campo rival, Hernán Pérez parecía maniatado. El ex del Villarreal necesita un equipo abierto, unas posibilidades de contragolpe que no encontró en su debut blanquivioleta. Pese a no localizar condicionantes positivos ara su juego, Pérez mostró cualidades muy válidas para el futuro a corto plazo de este proyecto.
Tres puntos más. Un partido menos
Sin un Hernán Pérez con espacios, un Óscar González muy marcado, un Johan Mojica cortado a raya y lesionado en el comienzo de la segunda parte y un Jonathan Pereira muy alejado del área, donde a él le gusta estar, el encuentro tomaba tintes negros para el Real Valladolid. Al menos a nivel ofensivo. Con estos tres futbolistas debilitados, Omar Ramos se definía como el camino más fácil para llegar hasta Javi Jiménez.
Lejos de ver el avance y protagonismo del tinerfeño, la noticia mostraba qué partido había conseguido crear Bordalás. Pese a perder y mostrar un juego gris y muy criticable, nadie puede dudar que había ganado la partida al cuerpo técnico blanquivioleta. Dejando a un lado sus formas, Bordalás se imponía en el planteamiento y cerca estuvo de llevarse un premio en forma de punto. Aunque se fue de vacio, el entrenador alicantino había conseguido que un encuentro que en el minuto 21 parecía abocado a una goleada, terminara como un alivio del Real Valladolid. Los pucelanos, sin utilizar la frialdad con la que le define su entrenador, en aspecto positivo cerraba uno de esos partidos que Samuel Eto’o definía como “tres puntos más y un partido menos”. En definitiva, una victoria más para el objetivo. No siempre se gana jugando bien. Ningún equipo lo consigue. Ninguno.