Juan Ignacio deja el Real Valladolid con sólo siete victorias. El proyecto estuvo vivo por los muchos empates cosechados pero murió cuando se le exigió una victoria

No hay duda de que en el mundo del fútbol un empate es pan para la semana en la que se consigue pero, por lo general, resulta ser hambre para el resumen global de la temporada. Se puede mal vivir durante algún tiempo con el premio de los empates pero, al final, todo termina cayendo por su propio peso y aquel que no consigue victorias, acaba fracasando en la búsqueda de su objetivo. Tristemente, así se puede resumir el camino de Juan Ignacio por el Real Valladolid. El técnico alicantino se marcha del estadio José Zorrilla con el dolor de un fracaso deportivo muy alto y el sufrimiento de no haber conseguido hacer del Pucela lo que él quería. Juan Ignacio, un profesional como pocos, deja de ser blanquivioleta con el primer descenso de su carrera.
Este estreno deportivo del ex del Levante en los aspectos negativos de este deporte le deja una huella imborrable. Se trata de una marca tan alta como el haber muerto deportivamente por conseguir sólo siete victorias. Juan Ignacio sabe que su Pucela estuvo vivo mientras valían todos los empates cosechados y las remontadas realizadas, generalmente, en el estadio José Zorrila. De igual manera es consciente que cuando el equipo tuvo que dar un salto más, no dio la talla. Su Real Valladolid no pudo dar ese pequeño salto o, quizás, no supo darlo. Lo trágico es que tras estar vivo gracias a 15 empates, las pocas victorias mataron a un equipo que no se rompió en ningún momento y que siempre sobrevivió. Las pocas derrotas cosechadas dejaban esperanza y puntos al proyecto pucelano hasta viajar a Sevilla. La no victoria en el Benito Villamarín mató todas las esperanzas y terminó con el periplo de Juan Ignacio en Valladolid pese a que aún quedaba una semana de temporada.
En el alambre
¿Cuántos de los empates de la temporada han sido más pérdidas de dos puntos que ganancias de un punto? ¿Y al revés? Desgraciadamente, si una temporada se calcula por los empates, es que en esa campaña se ha vivido al límite y se ha estado colgado de un alambre. El Real Valladolid ha estado durante toda la campaña en el borde de no saber qué hacer, de igual manera que le ha ocurrido en varios partidos cuando no sabía si dar por bueno el empate o buscar el gol de la victoria. En muchos momentos el equipo ha vivido de esos pequeños premios que dan los empates pero muy pocas veces ha probado el jugo de una victoria.
Sin alegrías, sin premios y sin recompensa es imposible que un equipo se crea que puede obtener el objetivo. Al Pucela de Juan Ignacio Martínez le ha costado crecer y creérselo de la misma forma que la ha costado sudor y lágrimas obtener victorias. Juan Ignacio, el Pucela y el objetivo han estado siempre en el alambre. Con muchos goles recibidos pero sin ser el más goleado y con pocos goles anotados pero sin ser el menos realizador, el Pucela agonizaba pero tenía vida. Juan Ignacio curaba al equipo para mantenerlo con esperanzas hasta que la agonía del empate duró. Sin ganar las dos últimas batallas, las pocas victorias cosechadas pudieron con todo y el equipo perdió la categoría. Con el Real Valladolid en Segunda división, Juan Ignacio Martínez se marcha agotado por el límite en el que se ha vivido la temporada y con el dolor de su primer fracaso deportivo.