«Conservar algo que ayude a recordarte, sería admitir que puedo olvidarte»
Son las 20.17 y Roberto está en el suelo. El árbitro va a soplar su silbato para certificar algo que no quería creerme. Otra vez no. Y de repente, me da por pensar.

No sé en que preciso momento mi corazón empezó a latir por el Real Valladolid. No sé cuando el musculo que bombea mi sangre hasta mi cerebro tiñó esa sangre de blanquivioleta, e hizo que en cada impulso mi cabeza pensara en el Pucela. Con cada latido, PUM-PUM-PUM, Real Valladolid, Real Valladolid, Real Valladolid. Es instintivo. No pasa un momento en lo que algo me recuerde al Real Valladolid, al José Zorrilla.
Es ver a un león y ya pienso en Pedro. Con la raza que tiene el animal y la poca que tienes tú, pienso. Si me hablaban del viaje ecuador de la carrera, mi mente recreaba el gol de Ivan Kaviedes al Barcelona. Salir de fiesta y en cualquier conversación de fútbol meter…“En el Pucela jugaron Hierro, Caminero e… IVAN CAMPO!”. ¿Qué te hablan del frío?, qué sabrán ellos del frío si nunca han visto un Real Valladolid-Huesca una noche de Diciembre en el José Zorrilla.
Y aquel año en el que Edwin Congo vino al Real Valladolid. Aquel jugador fichado por el Real Madrid gracias a la recomendación de un aficionado (y nos metíamos con Olabe) y que marcó la nada despreciable cifra de un gol con el Real Valladolid. Y lo metió con el culo, que con el pie los mete cualquiera.
Salir de cena e ir al chino y no poder reprimir las ganas de decir que el jugador asiático que marcó por primera vez un gol en Primera, vestía la blanquivioleta, y que el tío era tan sobrado que jugaba solo con un ligamento. Qué ahora es muy moderno y muy “posh” el sushi, sí, pero que en el vestuario del Real Valladolid ya lo habían probado antes que nadie y Aramayo siguió llevando jamón; que seremos fríos, pero no tontos.
Y te hablan de sufrir, de caer, de fracasar, de decepcionar…. Y piensas en Fernando Vázquez y aquel descenso, en el que vino después y en el que se viene en unos segundos. En que en algún momento, por corto que fuera, me jure que dejaría de sentir por el Real Valladolid. A la mierda. No más veranos pendiente del reloj esperando que llegue ese delantero que ponga número y nombre a tu camiseta, no más tardes luchando en un bar de Madrid para que te pongan al Pucela, no más decepciones, no más sufrir, no más caer. Nunca más fracasar. Hasta siempre Pucela.
Pero la sangre blanquivioleta ya está dentro de ti; PUM-PUM-PUM-Real Valladolid-Real Valladolid-Real Valladolid… dejar de sentir algo que llevas dentro ya no es posible. Aunque huyas y te vayas de la ciudad; da igual que te vayas a estudiar fuera, que vivas en Londres, en Bérgamo o en New York. Si estudias fuera, en tu primer partidillo, te pondrás tu camiseta blanquivioleta de Kelme con el 19 de Alberto a la espalda. Si vas por el metro en la capital de Europa y ves en el The Sun la palabra “war” ,sonríes y piensas en Javi Guerra. Si estás en Bérgamo y vives en la ciudad baja, estás deseando ir a la parte alta, porque eso significa que hay que subir, que hay que ascender.. Y si estás en New York y vas por la quinta avenida se te viene a la mente esa quinta tarjeta amarilla que vio Marc Valiente en Sevilla y le impidió jugar contra el Granada.
Entonces en tu cabeza aparecen los nombres de Mendilibar, Vladimir Manchev y Joseba Llorente. Recuerdas el zurdazo de Sesma al Almería, el gol de Aguirre al Betis cuando nadie daba un duro por nosotros. Recuerdas a Javi Guerra marcando un día sí y un día también; en el retorno de Óscar, el hijo prodigo; en el hombro de Sisi por el suelo mientras 25 voces le jaleaban a seguir. Piensas en Nafti rascando tobillos y en Alvaro Rubio demostrando que no hay que ser brasileño ni hacerse llamar Pelé para saber jugar al fútbol.
Y es cuando te das cuenta de que ser del Real Valladolid es lo mejor que te ha podido pasar en esta vida. Porque esta vida va de eso. Va de sufrir, caer, fracasar, decepcionar… y levantarte. Y sonreír cuando estás en el suelo, apretar el culo y luchar. Lo que ha hecho el Real Valladolid una y otra vez. De fracasar una y mil veces para tener un triunfo. Y cómo saben los triunfos.
Cómo saber lo que es la felicidad si nunca has celebrado un gol que te daba un ascenso, si no has sentido el orgullo de ver a tu equipo en las portadas de los diarios más importantes por el mero hecho de haber ganado “al mejor equipo del mundo”. Si ellos supieran que el mejor equipo del mundo, de tu mundo, es el que ha ganado el partido…
Y tres golpes de silbato te despiertan. Miras a tu alrededor, la realidad del descenso es un hecho consumado. Ves a gente llorar, a un niño tirando su bufanda y a un señor mayor que se retira resignado. El fútbol te ha vuelto a golpear, te ha vuelto a hacer caer. Recoges la bufanda del niño y se la pones al cuello. Le miras, sus ojos cristalinos están a punto de echar a llorar: “Algún día te darás cuenta que ser del Real Valladolid es lo mejor que te ha pasado en la vida”, le dices, mientras el chaval te observa contrariado y se ajusta su bufanda al cuello. Sabes que en un futuro te lo agradecerá. Cuando celebre un ascenso, cuando celebre su graduación en su futura carrera. Se acordará de aquel chico que no le dejó renunciar al Real Valladolid. Se acordará de aquel chico que no le dejó renunciar a saborear la vida.